Nieves y Miro Fuenzalida: Escritores y docentes. Residen en Canadá.
Lo que se vislumbra en el horizonte de la revolución digital es la esperanza de que el ser humano adquiera la capacidad de lo que los idealistas alemanes llamaban intuición intelectual, la eliminación de la separación entre intuición y producción, la intuición que genera inmediatamente el objeto que percibe, capacidad que solo estaba reservada a la mente divina.
La idea implícita aquí es que nuestra identidad es un cierto modelo neuronal, no solo una “mente pura”, que siempre necesita corporalizarse en algún tipo de soporte material. Pero, si la mente es un diseño o programa celular, semejante al disco blando, entonces, en principio puede ser posible cambiar un soporte material por otro.
Una de las novelas mas populares en Europa, a finales de los noventas, fue Las partículas elementales de M. Houellebecq, que cuenta la historia de dos hermanastros abandonados por su madre "hippie" cuando pequeños, experiencia de la que nunca se recuperaron. Todos los intentos para alcanzar la felicidad, sea a través del matrimonio, el estudio de la filosofía, el consumo de pornografía, la seguridad económica o la vida profesional terminaban siempre en frustración y soledad.
Bruno, profesor de secundaria, termina finalmente en un hospital psiquiátrico al confrontar el sin sentido de su hedonismo sexual, mientras que Michel, un bio-químico brillante, inventa una solución ...un nuevo gene auto replicante para una entidad pos-humana desexualizada.
El mensaje profético de la novela es que en el año 2040 la humanidad decide colectivamente reemplazarse a si misma con humanoides asexuados genéticamente modificados para evitar la trampa sexual que lleva a las pasiones y a la exagerada tendencia a la autoafirmación que culmina en violencia destructiva.
El sueño de escapar a la condición humana, de abandonar el subdesarrollo espiritual, es un impulso profundamente enraizado en nuestra consciencia y tan viejo como la misma humanidad. Lo vemos en las creencias animistas y los ritos chamánicos arcaicos. En la tradición religiosa neolítica y en las grandes civilizaciones antiguas. Para la tradición mística el éxtasis, la ultima realidad, esta más allá del placer y del dolor. Sri Aurobindo afirma que los estados mentales concsientes pueden ser solo un velo que oculta estados mentales más altos.
En la expresión del psicólogo transpersonal Ken Wilber, evolución es trascendencia y la trascendencia tiene como objetivo final la unidad de la consciencia. Hoy día, la tecnología científica pareciera haber empezado a usurpar el papel supremo que una vez se le asignó a las técnicas religiosas y místicas en la autotrascendencia humana.
La oscura afirmación de Konrad Lorenz de que nosotros, la humanidad actualmente existente, somos el “eslabón perdido” que los antropólogos tan afanosamente buscan, seria apropiada aquí. Lo que Lorenz pareciera decir es que el ser humano es, en última instancia, solo un pasaje finito abierto al abismo ¿No es la misma idea que encontramos en Marx, Nietzsche o Foucault?... La humanidad todavía permanece en la pre-historia. La verdadera historia humana solo comenzará con el advenimiento de la sociedad comunista.
Según Nietzsche, la especie humana es solo un puente entre el animal y el súper hombre. Para Foucault, el hombre es un nombre escrito en la arena que las olas del mar borraran.
La noción de que estamos entrando a una nueva etapa espiritual en la que la humanidad dejara atrás la inercia del cuerpo material encuentra toda su expresión en la cultura cibernética. La paradoja, sin embargo, es que en el ciber espacio, en donde las entidades virtuales flotan libremente entre universos, el cuerpo retorna con venganza (la pornografía digital, por ejemplo, es de uso predominante en el Internet).
La liviandad del ser cibernético no es, en realidad, la experiencia de un ser descarnado, sino, la experiencia de poseer otro cuerpo (etéreo, virtual, ligero) que no nos confina a la materialidad inerte y finita. Un cuerpo espectral que puede ser recreado y manipulado artificialmente. A diferencia del proceso histórico gradual de descorporalizacion de nuestra experiencia (escritura, prensa, medios de comunicación masiva, radio, televisión) en el ciber espacio retornamos a una inmediatez corporal. Solo que esta inmediatez es extraña, virtual, espectral, proto corporal.
Lo que se vislumbra en el horizonte de la revolución digital es la esperanza de que el ser humano adquiera la capacidad de lo que los idealistas alemanes llamaban intuición intelectual, la eliminación de la separación entre intuición y producción, la intuición que genera inmediatamente el objeto que percibe, capacidad que solo estaba reservada a la mente divina.
A través de implantes neurológicos será posible cambiar de la realidad común a otra realidad virtual generada digitalmente cuyas señales alcanzaran directamente nuestro cerebro sin la necesidad de órganos sensoriales. Una típica“web site” será un ambiente virtualmente percibido sin el sostén de cables externos. Podremos ir ahí mentalmente seleccionando el sitio para entrar en ese mundo (Ray Kurzweil, The Age of Spiritual Machines, 1999). A través de “nanobots” (billones de micro robots, inteligentes y auto organizados) podremos recrear imágenes de tres dimensiones (“Utility Fog”).
En ambos casos, sean implantes neuronales o “utility fog”, lograremos un tipo de omnipotencia, la capacidad para cambiar de una realidad a otra con el mero poder de nuestro pensamiento… ¿Pero, uno podría preguntar, será esto experimentado como “realidad” ? ¿No es la realidad ontológicamente definida por un mínimo de resistencia, lo que no es totalmente maleable a los caprichos de nuestra imaginación? Se dice que no todo puede ser virtualizado. Para que ello ocurra necesitamos del circuito digital (disco duro) o biogenético (cerebro) que genera la multiplicidad de los universos virtuales.
Sin embargo, en contra de esta creencia, hoy existe la posibilidad de bajar el diseño cerebral humano completo una vez que sea completamente escaneado a una maquina electrónica más eficiente que nuestros cerebros limitados. Cuando ello ocurra habremos alcanzado el momento en que podremos cambiar nuestro estatus ontológico de “disco duro a disco blando”. El momento en que ya no tendremos que identificarnos con nuestro soporte biológico.
La idea implícita aquí es que nuestra identidad es un cierto modelo neuronal, no solo una “mente pura”, que siempre necesita corporalizarse en algún tipo de soporte material. Pero, si la mente es un diseño o programa celular, semejante al disco blando, entonces, en principio puede ser posible cambiar un soporte material por otro. La idea no es tan extravagante ¿No es esto lo que ocurre con nuestras células que constantemente están cambiando el material con que están hechas?
El cambio de estar atado a un cuerpo a flotar libremente entre diferentes cuerpos señala el verdadero nacimiento del ser humano. Todo lo anterior ha sido solo el confuso periodo de transición entre el reino animal y el verdadero reino de la mente.
Este es el momento, dice Zizek, en que enigmas filosóficos existenciales surgen nuevamente. Si el modelo de mi cerebro es descargado en un soporte material diferente… ¿Cuál de las dos mentes soy yo ? O, dicho de otra manera, ¿en que consiste mi mismidad si no puede residir en el soporte material que constantemente está cambiando, ni tampoco en el modelo formal que no puede ser replicado exactamente?
Nuestra inmersión en el ciberespacio, por otro lado, pareciera repetir el problema de la mónada Leibnizeana que, a pesar de no tener ventanas que se abran a la realidad exterior, reflejan en si mismas el universo entero ¿No nos parecemos hoy, más y más, a mónadas sin ventanas, solitariamente interactuando con monitores, al encuentro de simulacros virtuales y, sin embargo, sumergidos al mismo tiempo en la red global, comunicándonos sincrónicamente con todo el planeta?
Leibniz cree resolver la contradicción introduciendo la noción de la “armonía pre-establecida” entre las mónadas, garantizada por Dios, la Mónada Suprema. ¿Cómo, hoy día, cada uno de nosotros sabe que esta en contacto con alguien real detrás del monitor y no con un simulacro espectral? Aquí se podría citar a Heidegger. Lo que cuenta como dimensión específicamente humana no es una propiedad o diseño cerebral especifico, sino, la forma en que un ser humano está situado en su mundo y las cosas que hay en él.
El lenguaje, dice Heidegger, no es la relación entre un objeto (mundo) y otro objeto (cosa o pensamiento) en el mundo. Lenguaje es el sitio de la apertura históricamente determinada que define el horizonte del mundo como tal. El problema es que con nuestra inmersión en la realidad virtual estaremos efectivamente privados de esta dimensión del ser en el mundo ¿Pero, si este es el caso… no significará que esta pérdida nos abre a otra, nunca antes imaginada, dimensión mental?
Una vez que conozcamos completamente el genoma, el libro de instrucciones de la vida humana, se abre el camino a la manipulación tecnológica que nos capacitara para re-programar nuestros cuerpos, preferiblemente el de los otros, y nuestras características sicológicas, haciendo obsoletas una serie de nociones tradicionales… creacionismo (comparando el genoma animal y humano se hace claro que somos parte de la evolución animal), reproducción sexual (se hace superflua con la posibilidad del “cloning”) y psicología (el genoma es la promesa del viejo sueno positivista de traducir procesos síquicos a procesos químicos objetivos).
Aquí, afirma Zizek, deberíamos introducir el viejo dicho que expresa que toda enfermedad, a excepción del trauma, tiene un componente genético. Lo que debiera interesarnos en esta afirmación, más que el componente genético, es la excepción.
La creencia estándar es la de que la identidad de un ser humano es el resultado de la interacción entre nuestra herencia genética y la influencia de nuestro ambiente. Una aproximación más sofisticada la encontramos en la noción “mente corporalizada” de Francisco Varela. Un ser humano no es solo el producto de sus genes y su medio ambiente. Es un agente corporal comprometido que, en lugar de relacionarse con su ambiente, mediatiza o crea su vida y su mundo (una paloma vive en un mundo diferente al delfín y el delfín diferente al del hombre).
El papel del ambiente, en esta versión, silenciosamente pierde la preeminencia como punto de referencia para ser reemplazado por la idea de la mente concebida como la emergencia de una red de relaciones autónomas. Necesitamos movernos de la idea de un mundo independiente y externo, según Varela, a la idea de un mundo inseparable de la estructura de estos procesos de auto modificación.
El punto clave es que estos sistemas no operan a través de la representación. En lugar de representar un mundo independiente de ellas configuran un mundo como un dominio distinto que es inseparable de la estructura corporal del sistema cognitivo.
El trauma, en cambio, es el encuentro chocante que disturba esta configuración, la intrusión violenta de algo que no encaja en ella. Los animales experimentan rupturas traumáticas que trastrocan su ambiente. El mundo de la hormiga, por ejemplo, sufre una catástrofe cuando la intervención humana lo subvierte. La diferencia, sin embargo, es que para los animales las rupturas traumáticas son la excepción que arruinan sus formas de vida. Para nosotros, en cambio, el encuentro traumático es una condición universal, la intrusión que pone en movimiento el proceso que nos transforma en seres humanos.
El encuentro traumático no solo nos abruma con su impacto, sino que, también nos obliga a responder a sus efectos destabilizantes hilando una intrincada tela simbólica. La herencia del psicoanálisis y la tradición judea-cristiana, observa Zizek, es que la vocación específicamente humana no descansa en el desarrollo del potencial humano inherente, del despertar de fuerzas espirituales dormidas o de algún programa genético, sino es la respuesta a un encuentro traumático externo.
Dicho de otra manera: no hay un lenguaje instintivo. Hay condiciones genéticas que tienen que darse para que uno sea capaz de hablar. Pero, cuando uno empieza a hablar uno entra en un universo simbólico que es la respuesta al asalto traumático, y la forma de esta respuesta, el hecho de que simbolizamos, no esta en nuestros genes. Hablamos, pero lo que hablamos no esta determinado por ningún diseño biológico. Cabe la pregunta: si lográramos transferir nuestro diseño cerebral a un disco blando, ¿se transferirá también esta dimensión?
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