jueves, 20 de marzo de 2008

AMBIENTE-ARGENTINA: ¿Privatizar para proteger?

BUENOS AIRES.- El inmenso humedal Esteros del Iberá, en el noreste argentino, es objeto de una polémica entre intereses conservacionistas y empresariales, con actores privados y públicos repartidos en los dos bandos.

La punta del iceberg de esas tensiones apareció este mes, cuando el Superior Tribunal de Justicia de la provincia de Corrientes ordenó demoler de inmediato un terraplén de 27 kilómetros construido sin estudio de impacto ambiental por empresarios forestales en la Reserva Natural Esteros del Iberá.

La reserva, creada en 1983, está conformada por 13.000 kilómetros cuadrados de lagunas poco profundas, bañados, pastizales, selvas y palmares que son hábitat de 125 especies de peces, 40 de anfibios y 60 de reptiles, además de 344 de aves.

También allí viven mamíferos como el aguará-guazú (Chrysocyon brachyurus), voz guaraní que significa "zorro grande", y dos especies en peligro de extinción: el lobito de río (Lontra longicaudis), pariente de la nutria, y el venado de las pampas (Ozotoceros bezoarticus), un tipo de ciervo sudamericano.

Pero cerca de 60 por ciento de la reserva está en manos privadas y 90 por ciento de esa porción corresponde a suelos no inundables. Sus propietarios se dedican a la ganadería, la forestación y el cultivo de arroz y pasturas. El 40 por ciento restante, bajo dominio público, está bajo agua.

Esto ha provocado que los productores estén a la defensiva por temor a que se restrinja la actividad económica y a que los ecologistas reclamen el fortalecimiento del control estatal de una zona única, dinámica y frágil.

Pero en el bando de los ambientalistas milita The Conservation Land Trust (conocida por la sigla CLT) una organización fundada en 1992 por el millonario estadounidense Douglas Tompkins, que está adquiriendo tierras en la zona con el declarado fin de donarlas al Estado y ampliar el área protegida de Iberá..

"Ya se adquirieron 130.000 hectáreas, pero no se van a donar hasta que no se garantice la preservación", dijo a Tierramérica la bióloga Sofía Heinonen, directora del Proyecto de Conservación de los Esteros de CLT. "Esperamos hacerlo en menos de 20 años", añadió.

Mientras, CLT fomenta actividades para crear conciencia en la población local y fortalecer a las instituciones que deben controlar la reserva. En ese marco, apoyaron la acción judicial iniciada en 2005 por un poblador contra la construcción ilegal del terraplén.

Bruno Leiva, oriundo del Paraje Yahaveré, denunció a la empresa Forestal Andina por construir una muralla de un kilómetro sobre los esteros, sin estudio de impacto ambiental. La justicia ordenó derribarlo, pero el proceso de apelaciones siguió y la obra también.

"La zona es muy baja y el terraplén hace que no haya agua o que se inunde mucho más que siempre", explicó Leiva a Tierramérica. "En el paraje somos 14 familias y si no me hubiera presentado yo, lo habría hecho cualquier otro porque nos están acorralando", aseguró.

Cuando el litigio llegó al máximo tribunal que falló este mes, el terraplén tenía ya 27 kilómetros de extensión. El Instituto Correntino del Agua y el Ambiente (ICAA), con poder de control y policía en la reserva, nunca le puso freno.

"Desde 2005 reclamábamos al ICAA que acreditara la existencia de un estudio de impacto ambiental por el terraplén y nunca lo hizo", dijo a Tierramérica la abogada patrocinante de Leiva, Patricia Mc Cormack, que trabaja como asesoría jurídica de CLT.

Por eso Mc Cormack ha denunciado también a los funcionarios de esa entidad por incumplimiento de sus deberes de control.

El dictamen fue celebrado por las fundaciones Proteger, Vida Silvestre y Ambiente y Recursos Naturales, entre otras.

La abogada prepara más litigios contra otros terraplenes sin estudios de impacto ambiental y contra productores arroceros por contaminación del humedal.

"Toman agua de las lagunas sin permiso de uso y sin abonar cánones obligatorios, y no están sometidos al control del ICAA pese a que utilizan químicos que afectan la calidad del agua", aseguró.

Las estrategias de CLT son resistidas por Iberá Patrimonio de los Correntinos, una organización de productores agropecuarios que acusan a Tompkins de llevar a cabo la "extranjerización" de las tierras de Iberá.

"Trabajé 14 años en la Administración de Parques Nacionales, y decidí incorporarme a CLT porque conozco el antecedente de la donación que hizo Tompkins de Monte León", dijo Heinonen, en referencia a 62.000 hectáreas que el filántropo compró y donó, en la austral provincia de Santa Cruz.

"Nada indica segundas intenciones en el esfuerzo de Tompkins. Su conducta fue demostrada en la donación que hizo posible la existencia del Parque Nacional Monte León", dijo a Tierramérica el titular de la Fundación Proteger, Jorge Cappato, activa en toda la región litoral, extremo nororiental de Argentina.

"La actividad agropecuaria y forestal en esa región debe responder a un ordenamiento territorial", añadió Cappato.

El problema es que algunas empresas "quieren utilizar el lugar para terminar plantando soja o eucaliptos dentro de la reserva y eso no se puede permitir", finalizó.

Por Marcela Valente

Jauretche cuenta la escuela


El pensamiento y la prosa de Arturo Jauretche (1901-1974), atraviesan la historia, la cultura, la política y los comportamientos argentinos. De su vasta obra, repartida entre la crítica, la historiografía y la polémica, hemos elegido dos pasajes, uno de “Los profetas del odio” y otro de “Pantalones cortos”, en donde señala rasgos de la escuela argentina que aún hoy pueden ser observados.

“La campana que llamaba a clase era un cotidiano corte entre dos mundos y la formación intelectual tuvo así que andar por dos calles distintas a la vez, como la rayuela, con las piernas abiertas entre los cuadros. La escuela no continuaba la vida sino que abría en ella un paréntesis diario. La empiria del niño, su conocimiento vital recogido en el hogar y en su contorno, todo eso era aporte despreciable. La escuela daba la imagen de lo científico; todo lo empírico no lo era y no podía ser aceptado por ella; aprender no era conocer más y mejor, sino seleccionar los conocimientos, distinguiendo entre los que pertenecían a “la cultura” que ella suministraba y los que venían de un mundo primario que quedaba más allá de la puerta... Era la preferencia de Sarmiento por la montura inglesa, olvidando que el recado era una creación empírica nacida del medio y las circunstancias. Este desencuentro entre la escuela y la vida producía un desdoblamiento en la personalidad del niño: ante los mayores y los maestros, se esmeraba en parecer un escolar cien por cien; frente a sus compañeros y fuera de los límites de la escuela, defendía su yo en una posición hostil a lo escolar, como un pequeño Frégoli que estuviera cambiándose constantemente el paquete traje de los domingos y las ropitas de entrecasa”

Arturo Jauretche, “Los profetas del odio”

“La escuela nos enseñó una botánica y una zoología técnica con criptógamas y fanerógamas, vertebrados e invertebrados, pero nada nos dijo de la botánica y la zoología que teníamos por delante. Sabíamos del ornitorrinco, por la escuela y del baobab por Salgari, pero nada de bagualas ni de vacunos guampudos e ignorábamos el chañar, que fue la primera designación del pueblo hasta que le pusieron el nombre suficientemente culto de Lincoln... ¿Cómo extrañar entonces que mirásemos despectivamente a las cigüeñas de nuestros bañados, al compararlas con las muy literarias y europeas que anidan en las torres de las iglesias? ¿Cómo comparar al indígena zorro, que acabamos de trampear, con el respetable ‘Maitre Renard’ mencionado en la escuela? De esa formación han salido luego las navidades con nieve y los Papás Noel de nuestros niños y las primaveras abrileñas de nuestros poetastros”

“Nunca se nos habó de la laguna del Chancho, donde íbamos a bañarnos y a pescar en las siestas robadas y en las rabonas, como tampoco de la laguna de los Gómez o Mar Chiquita, más allá, cerca de Junín, que nunca supimos que se llamó ‘Federación’ y su pago ‘El Petroso’.” ... “El pueblo había sido treinta años antes territorio ranquelino, pero la escuela ignoraba oficialmente a los ranqueles. Debo a Búfalo Bill y a las primeras películas de cowboys mi primera noticia de los indios norteamericanos. Esos eran indios y no esos ranqueles indignos de la enseñanza normalista.”

Arturo Jauretche, “Pantalones cortos”

Alimentos para el mundo, pero no para Barbarita

Por Oscar Tafeffetani

(APe).- En 1959, con su libro Geopolítica del Hambre, el médico y antropólogo brasileño Josué de Castro rompió el cerco de silencio tendido, a nivel sociológico y político, sobre el problema del hambre.

Señalaba JDC la curiosa “indigencia bibliográfica” sobre el hambre, que contrastaba con la vasta producción de libros sobre la guerra y sobre las epidemias, flagelos que en gran medida se producían a causa del hambre.

“¿Cuáles son los factores ocultos de esta conspiración de silencio en torno al hambre?” se preguntaba en el prólogo a la primera edición de su segundo libro, Geografía del hambre. “Se trata de un silencio premeditado”, se respondía. “Son los intereses, los prejuicios de orden moral o de orden político y económico de nuestra civilización llamada occidental los que hacen del hambre un tema prohibido, o por lo menos poco recomendable para ser abordado en público...”

Sin embargo, reconocía el antropólogo que los poetas y narradores, aunque no en una perspectiva científica, habían tomado el hambre como núcleo generador de conflictos externos e internos del hombre.

Finalmente, en aquel prólogo que bien merecería reeditarse y releerse, citaba a Richard Temple, administrador colonial británico en la India: “Mientras tantos desdichados se morían de hambre -decía el inglés sin inmutarse- el puerto de Calcuta seguía exportando al extranjero considerables cantidades de cereales. Los hambrientos eran demasiado pobres como para poder comprar el trigo que les hubiera salvado la vida...”

“Es lógico -acotaba JDC- que quienes lograban ingentes beneficios de sus importaciones de la India, hicieran todo lo posible para sofocar en Europa los rumores lejanos de aquellas hambres lejanas, que si hubiesen sido consideradas como lo merecían, habrían perjudicado su lucrativo comercio...”

Entre la cita de Temple y la acotación del brasileño, está la clave de los sucesivos enmascaramientos del tema del hambre.

II

Al promediar los ’70, gracias al trabajo de Josué de Castro, el hambre había comenzado a ser el eje del trabajo mundial de la FAO, un organismo creado en 1943, casi junto con las Naciones Unidas.

“El mundo tiene hambre”, titula en tapa la revista Leo Plan, el 15 de julio de 1964. En la nota se volvía a agitar el fantasma malthusiano de la merma de la superficie cultivable y del explosivo crecimiento demográfico, que llevaría a una crisis mundial en el año 2000.

Diez años después, en 1974 (que fue declarado por la ONU Año Mundial de la Población), la revista Correo de la Unesco se preguntaba en tapa: “¿El hombre o el hambre?”

Pero hambre, a pesar de haber sido puesta en el centro de la escena por el imprescindible Josué de Castro (y por una sostenida política de Naciones Unidas, hay que agregar) no dejó de ser un flagelo para las tres cuartas partes de la humanidad, ni siquiera después de producirse hacia el fin de siglo el gran salto tecnológico en la producción de fertilizantes y de semillas genéticamente modificadas.

III

En los libros de Josué de Castro se habla muy poco de la Argentina. Una parte del territorio nacional -en Patagonia y el NOA- es incluida en el Sector A de América del Sur (“regímenes alimentarios habitualmente insuficientes, incompletos e inarmónicos”) y otra parte del NOA, en el Sector B (“condiciones alimentarias menos graves, donde apenas existen las hambres específicas en ciertos principios nutritivos, siendo el régimen alimentario cuantitativamente suficiente”).

Sin embargo, se aclaraba en esos trabajos que existía notable diferencia entre el registro estadístico disponible y la realidad de las economías familiares, que producían y consumían alimentos in loco (en el lugar).

Y no escapaban a Josué de Castro las denuncias o alertas de ciertos dirigentes argentinos de principios del siglo pasado. “Hace 10 años
-escribió- el senador argentino Alfredo Palacios denunciaba el hecho de que 30.000 niños de Buenos Aires estaban incapacitados para frecuentar la escuela, dado su estado de desnutrición...”

En abril de 1994, la revista argentina Nueva volvió a romper el fuego con el tema del hambre, pero inscribiéndolo en el marco acostumbrado: el hambre mundial, las proyecciones para Asia y Africa, y así. No obstante, consultando fuentes alternativas como los estudios de la antropóloga Patricia Aguirre, aquella edición revelaba un dato importante, que vincula el hambre con la inequidad: “una familia argentina en situación de extrema pobreza -decía Aguirre- gasta el 78% de sus ingresos en alimentarse, mientras que las clases acomodadas gastan el 20%...”

El velo sobre esa “hambre argentina” que tres décadas sucesivas de destrucción económica habían causado, comenzó a descorrerse en mayo de 2001, cuando el Movimiento Chicos del Pueblo organizó su Marcha por la Vida, uniendo La Quiaca con Buenos Aires.

Todavía los medios de prensa regionales y nacionales -y los organismos internacionales- desdeñaban las denuncias sobre el hambre y preferían seguir mirando hacia un costado.

Pero al año siguiente, cuando la pobreza extrema de millones de argentinos le estalló en la cara a la dirigencia política, entonces sí, entonces hubos ojos para ver el hambre.

En ese momento, la foto de Barbarita Flores, aquella niña tucumana que debió ser internada con su hermanita tras un doble desmayo por hambre, dio la vuelta al mundo, rebotó en la Luna y desde allí cayó sobre las conciencias argentinas.

No obstante, el poder político siguió manipulando los datos y mintiendo, hacia fuera y hacia adentro, al punto de escandalizarse por las tasas de mortalidad infantil argentina que Unicef -tomando los propios datos suministrados por el Gobierno- dio a publicidad al comenzar 2008.


Paralelamente, en un juego totalmente esquizofrénico, asociaciones de productores de “Siembra Directa” (eufemismo para decir “transgénicos”), pagaban costosas campañas mediáticas explicando que la siembra directa representaba “alimentos para el mundo”.

“¿Alimentos para el mundo? -mascullábamos al escuchar esa frase- ¿Y por qué los argentinos no empezamos por casa?” Respuesta elemental: porque los alimentos no son para el mundo, sino para aquéllos -diría Sir Richard Temple- que pueden comprarlos. Y no empiezan por casa porque las niñas como Barbarita, ni sus padres, ni sus hermanos ni sus amigos tienen dinero para comprarlos.

”Es el capitalismo, estúpido”, nos dijimos, parafraseando aquella frase acuñada en los despachos del Potomac, durante la era Clinton.

O sea: sobra maíz, pero no esperes que la polenta baje de precio.
Entraron muchas vacas al mercado de Liniers, pero no esperes que la carne se abarate.

En la Argentina, país líder en la producción de alimentos, no hay otra explicación para el hambre que la despiadada planificación económica capitalista, que no trepida en eliminar seres humanos si esos seres humanos, con sus nudas vidas, amenazan con achicar su intocable tasa de ganancia.