Por Oscar Taffetani
(APE).- La candidatura presidencial de Cristina Fernández de Kirchner ha liberado a los editores de noticias de la pesada tarea de cubrir minuto a minuto la evolución de una herida en zona abdominal del abogado Gabriel Novaro, pareja de la modelo Virginia Kelm, que está embarazada de siete meses... Virginia, para alivio de la opinión pública, “sólo tuvo contracciones propias de los nervios sufridos ante la situación que está atravesando...” (cable de NA). Cuando se restablezca, el abogado Novaro podría ser acusado -nos dice otro cable- de siete delitos, entre ellos amenaza agravada por uso de armas, intento de homicidio y resistencia a la autoridad... Al cabo de una increíble balacera que puso en vilo a los vecinos y que estropeó autos y casas en un radio de cien metros, la policía logró entrar en el domicilio del abogado Gabriel Novaro, en un exclusivísimo barrio de Buenos Aires, secuestrando un arsenal que no había sido declarado ni denunciado ante la ley por su propietario. Entre las mentas y testimonios sobre Novaro que publicaron los diarios, trascendió una información que pronto, sugestivamente, pasó a segundo plano: “El abogado -leemos en un recorte de diario- habría acumulado una interesante fortuna: reclutando clientes en villas del conurbano bonaerense. (...) Aseguran que su estrategia era convencerlos de iniciar acciones legales y se quedaba con un alto porcentaje de las cuantiosas cifras que conseguía por medio de esas demandas. (...) Las maniobras con las que logró una envidiable posición económica se habrían concretado mediante vidriosas presentaciones judiciales a compañías de seguros, algunas de las cuales estarían iniciando acciones legales por posibles estafas...” Con este cuadro a la vista, la primera pregunta que uno se hace es por qué las extravagancias de un señor que colecciona y exhibe armas de guerra, que dilapida fortunas de las que nadie sabe su procedencia, que amenaza e intimida a allegados y vecinos y que está sospechado de fraguar causas judiciales para medrar con las indemnizaciones, no había merecido hasta ahora la atención de la Justicia. Tampoco alertaron sobre el caso los Colegios de Abogados. Ni los organismos públicos de Seguridad. Y ni siquiera los abundantes vigiladores privados que custodian las mansiones de Barrio Parque, en la Capital Federal. No. Nadie molestaba al abogado Novaro. Nadie lo molestaba hasta que él mismo le mostró al mundo -en un sobreactuado día de furia- los juguetes de muerte que había comprado. Otra pregunta que uno se hace es qué hubiera pasado si esa resistencia armada a la autoridad hubiera sido en una villa o un barrio pobre de la ciudad. Allí, seguramente, las fuerzas del orden habrían repelido sin contemplaciones la “agresión”, y los cadáveres de los “agresores” habrían aparecido en las pantallas calientes de los informativos, tal como lo vemos a diario: tapados con un diario, sin siquiera identificarse.
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