2007 podría ser, informó la prensa que dicen los expertos en asuntos del clima, el año más caluroso de la historia –por lo menos desde que se llevan registros de temperatura.
En realidad 2.500 científicos dijeron otra cosa. Desde luego no que 2007 podía ser el más caluroso, sino que el calor ha llegado sin intenciones de partir.
Señalaron, además, que resulta de los más improbable que el calentamiento del planeta se deba a variaciones naturales del clima. Es resultado de la actividad económica. Afirmaron que la concentración de gases que provoca el llamado "efecto invernadero" en la atmósfera es la mayor en 650.000 años.
El director de investigaciones climatológicas de la universidad de East Anglia, en Gran Bretaña, advirtió que 2007 podría ser el año más caluroso de la historia; Philip Jones señaló dos factores coincidentes: la corriente El Niño, en el Pacífico, y el efecto invernadero. El Niño es consecuencia de las elevadas temperaturas de las aguas del océano, que alteran el clima hasta muy lejos costa adentro, y el efecto invernadero de la emisión esencialmente de carbono a la atmósfera.
Ambos fenómenos se producen naturalmente sobre la Tierra, pero la actividad humana –industrias, combustión de motores, etc...– los convirtió en la mayor amenaza para el equilibrio planetario que permite la existencia de las formas de vida en el planeta. Esta vez no se trata de la advertencia que pueda contener una obra de ficción o la extrapolación periodístico-sensacionalista de hechos relativamente comprobados.
Se trata de hechos, a secas, que por lo demás vienen siendo advertidos a los insanos que gobiernan desde hace muchos años. Las primeras voces de preocupación que lograron conmover a parte, al menos, de la opinión pública surgieron del Club de Roma, allá por la década de 1961/70; es entonces que se incorporan al habla cotidiana palabras como ecología y ambiente –que se insiste en llamar medio-ambiente–.
Unos 35 años después un científico estadounidense, James Hansen, advirtió que el calentamiento global puede convertirse en algo incontrolable y cambiar por completo al planeta, a menos que se tomen medidas rápidamente para revertir el aumento de las emisiones de carbono que causan el efecto invernadero. Como corresponde, en general los "estadistas" del mundo desarrollado no lo escucharon, los del mundo subdesarrollado ni las conocieron.
Hoy el derretimiento de los hielos –de agua dulce y marina– comienza incrementar el volumen de los mares con efectos nada tranquilizadores –a breve plazo– para extensas zonas costeras; el aumento de la temperatura, por su parte, se apresta para extinguir un número de especies –zoológicas y vegetales– incalculable. Como todas las especies están encadenadas, ninguna está a salvo.
Los más optimistas quieren creer que todavía se está a tiempo para revertir la situación si se llega a un acuerdo mundial para reducir –eliminar– las emisiones de carbono. Los pesimistas no pueden dejar de pensar que ya es muy tarde, que la humanidad pende de un hilo cortado.
Aquellos entre ambas posiciones estiman que si se reducen drásticamente todas las emisiones de gases y partículas a la atmósfera, se detiene la contaminación de los mares y paralelamente se inicia una campaña global para ayudar a limpiar el ambiente natural, nuestra especie podría evitar la hecatombe.
Lo cierto, sin embargo, es que el calentamiento de la Tierra será imposible de detener en el corto y mediano plazo, aunque a partir de este mismo momento –éste en que usted lee esta crónica– se eliminen las emisiones de gases de efecto invernadero. No se trata de alarmismo, es lo que plantea el informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, un grupo de más de 2.500 científicos organizado por Naciones Unidas que presentarán próximamente a los gobiernos de la Tierra –a algunos, al menos– sus conclusiones sobre este asunto.
El informe, producto del trabajo de tres años de científicos e investigadores entre los más calificados,abarca tres áreas: una sobre la ciencia del calentamiento, otra sobre el impacto de éste en la Tierra y un tercero sobre la tecnología para mitigarlo. Ha trascendido que dada la delicadeza de los asuntos, las conclusiones se mantendrán en secreto y corresponderá a los gobiernos –que lo reciban íntegro, que no serán todos– decidir qué partes y cuándo las hacen públicas.
El calor de la superficie terrestre viene en constante aumento desde 1850 –en coincidencia y sincronía con el desarrollo industrial– y desde 1998 cada año ha sido posible constatar por la mera experiencia el aumento de la temperatura. En muchas áreas terrestres el termómetro marca, desde 1979, un aumento que llega al doble de la experimentada por los mares. En los océanos viene produciéndose un aumento gradual de la temperatura de las aguas por lo menos desde 1955, lo que pone en evidencia la gran cantidad de calor en juego.
No puede considerarse, en otro ámbito, como un fenómeno menor que el Ártico pierda cada verano, desde hace tres décadas, alrededor de un siete por ciento de sus áreas heladas. Situación que también se observa en la Antártica donde ha causado el desprendimiento de enormes masas de hielo.
No es sólo el dióxido de carbono el responsable de esta situación; los gases de invernadero incluyen metano y óxidos de nitrógeno, que se producen al quemar carbón, petróleo y gas. Todo parece señalar que o hemos llegado al punto límite que marca la imposibilidad de revertir la situación o que ya lo pasamos. El viaje humano por el planeta del que se cree dueño sólo conduce al abismo. O al horno.
Informe de Gonzalo Tarrués.
En realidad 2.500 científicos dijeron otra cosa. Desde luego no que 2007 podía ser el más caluroso, sino que el calor ha llegado sin intenciones de partir.
Señalaron, además, que resulta de los más improbable que el calentamiento del planeta se deba a variaciones naturales del clima. Es resultado de la actividad económica. Afirmaron que la concentración de gases que provoca el llamado "efecto invernadero" en la atmósfera es la mayor en 650.000 años.
El director de investigaciones climatológicas de la universidad de East Anglia, en Gran Bretaña, advirtió que 2007 podría ser el año más caluroso de la historia; Philip Jones señaló dos factores coincidentes: la corriente El Niño, en el Pacífico, y el efecto invernadero. El Niño es consecuencia de las elevadas temperaturas de las aguas del océano, que alteran el clima hasta muy lejos costa adentro, y el efecto invernadero de la emisión esencialmente de carbono a la atmósfera.
Ambos fenómenos se producen naturalmente sobre la Tierra, pero la actividad humana –industrias, combustión de motores, etc...– los convirtió en la mayor amenaza para el equilibrio planetario que permite la existencia de las formas de vida en el planeta. Esta vez no se trata de la advertencia que pueda contener una obra de ficción o la extrapolación periodístico-sensacionalista de hechos relativamente comprobados.
Se trata de hechos, a secas, que por lo demás vienen siendo advertidos a los insanos que gobiernan desde hace muchos años. Las primeras voces de preocupación que lograron conmover a parte, al menos, de la opinión pública surgieron del Club de Roma, allá por la década de 1961/70; es entonces que se incorporan al habla cotidiana palabras como ecología y ambiente –que se insiste en llamar medio-ambiente–.
Unos 35 años después un científico estadounidense, James Hansen, advirtió que el calentamiento global puede convertirse en algo incontrolable y cambiar por completo al planeta, a menos que se tomen medidas rápidamente para revertir el aumento de las emisiones de carbono que causan el efecto invernadero. Como corresponde, en general los "estadistas" del mundo desarrollado no lo escucharon, los del mundo subdesarrollado ni las conocieron.
Hoy el derretimiento de los hielos –de agua dulce y marina– comienza incrementar el volumen de los mares con efectos nada tranquilizadores –a breve plazo– para extensas zonas costeras; el aumento de la temperatura, por su parte, se apresta para extinguir un número de especies –zoológicas y vegetales– incalculable. Como todas las especies están encadenadas, ninguna está a salvo.
Los más optimistas quieren creer que todavía se está a tiempo para revertir la situación si se llega a un acuerdo mundial para reducir –eliminar– las emisiones de carbono. Los pesimistas no pueden dejar de pensar que ya es muy tarde, que la humanidad pende de un hilo cortado.
Aquellos entre ambas posiciones estiman que si se reducen drásticamente todas las emisiones de gases y partículas a la atmósfera, se detiene la contaminación de los mares y paralelamente se inicia una campaña global para ayudar a limpiar el ambiente natural, nuestra especie podría evitar la hecatombe.
Lo cierto, sin embargo, es que el calentamiento de la Tierra será imposible de detener en el corto y mediano plazo, aunque a partir de este mismo momento –éste en que usted lee esta crónica– se eliminen las emisiones de gases de efecto invernadero. No se trata de alarmismo, es lo que plantea el informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, un grupo de más de 2.500 científicos organizado por Naciones Unidas que presentarán próximamente a los gobiernos de la Tierra –a algunos, al menos– sus conclusiones sobre este asunto.
El informe, producto del trabajo de tres años de científicos e investigadores entre los más calificados,abarca tres áreas: una sobre la ciencia del calentamiento, otra sobre el impacto de éste en la Tierra y un tercero sobre la tecnología para mitigarlo. Ha trascendido que dada la delicadeza de los asuntos, las conclusiones se mantendrán en secreto y corresponderá a los gobiernos –que lo reciban íntegro, que no serán todos– decidir qué partes y cuándo las hacen públicas.
El calor de la superficie terrestre viene en constante aumento desde 1850 –en coincidencia y sincronía con el desarrollo industrial– y desde 1998 cada año ha sido posible constatar por la mera experiencia el aumento de la temperatura. En muchas áreas terrestres el termómetro marca, desde 1979, un aumento que llega al doble de la experimentada por los mares. En los océanos viene produciéndose un aumento gradual de la temperatura de las aguas por lo menos desde 1955, lo que pone en evidencia la gran cantidad de calor en juego.
No puede considerarse, en otro ámbito, como un fenómeno menor que el Ártico pierda cada verano, desde hace tres décadas, alrededor de un siete por ciento de sus áreas heladas. Situación que también se observa en la Antártica donde ha causado el desprendimiento de enormes masas de hielo.
No es sólo el dióxido de carbono el responsable de esta situación; los gases de invernadero incluyen metano y óxidos de nitrógeno, que se producen al quemar carbón, petróleo y gas. Todo parece señalar que o hemos llegado al punto límite que marca la imposibilidad de revertir la situación o que ya lo pasamos. El viaje humano por el planeta del que se cree dueño sólo conduce al abismo. O al horno.
Informe de Gonzalo Tarrués.
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