El drama que vivieron miles de argentinos en Malvinas contrasta con el clima de euforia y exitismo por una guerra que estaba perdida antes de empezar.
El drama de Malvinas dejó al desnudo las peores miserias de la argentinidad.25 años después de esa hecatombe, debe recordarse que el exitismo argentino fue capaz de transformar en pocos días una manifestación en Plaza de Mayo con vivas a Leopoldo Galtieri, en violentas reyertas al tomar conciencia de que la pelea estaba perdida.Mientras eso ocurría, miles de argentinos, la mayoría de no más de 18 años, se debatía a la deriva en el frío cortante y la locura de la guerra. Cuando volvieron, muchos trastornados por lo que vivieron, fueron escondidos bajo la alfombra de una sociedad que, otra vez, se hizo la distraída.Recordar los errores cometidos en 1982 no debería ser un ejercicio de flagelación, sino una práctica saludable para una sociedad acostumbrada a olvidar los pasos en falso del pasado y volver, sistemáticamente, a repetir los errores.Corrió mucha tinta sobre Malvinas en estos 25 años. Se dijo que inclinó la balanza definitivamente a favor de Gran Bretaña la decisión de Washington de apoyar firmemente a Margaret Thatcher, como si la Argentina hubiese tenido alguna chance militar en caso de que desde Estados Unidos se hubiesen mantenido neutrales.La guerra fue un manotazo de ahogado de una Junta Militar a la deriva y manejada por un hombre de escasas luces y avidez por el alcohol, que aprovechó los restos de una sociedad venida a menos por años de despropósito, violencia y represión.Algunos sostienen que, sin esa guerra suicida, los militares podrían haber estado aún más tiempo en el poder. Difícil saberlo. La historia ya ocurrió. Sólo sirve esa amarga experiencia para no repetir aventuras trasnochadas.
El drama de Malvinas dejó al desnudo las peores miserias de la argentinidad.25 años después de esa hecatombe, debe recordarse que el exitismo argentino fue capaz de transformar en pocos días una manifestación en Plaza de Mayo con vivas a Leopoldo Galtieri, en violentas reyertas al tomar conciencia de que la pelea estaba perdida.Mientras eso ocurría, miles de argentinos, la mayoría de no más de 18 años, se debatía a la deriva en el frío cortante y la locura de la guerra. Cuando volvieron, muchos trastornados por lo que vivieron, fueron escondidos bajo la alfombra de una sociedad que, otra vez, se hizo la distraída.Recordar los errores cometidos en 1982 no debería ser un ejercicio de flagelación, sino una práctica saludable para una sociedad acostumbrada a olvidar los pasos en falso del pasado y volver, sistemáticamente, a repetir los errores.Corrió mucha tinta sobre Malvinas en estos 25 años. Se dijo que inclinó la balanza definitivamente a favor de Gran Bretaña la decisión de Washington de apoyar firmemente a Margaret Thatcher, como si la Argentina hubiese tenido alguna chance militar en caso de que desde Estados Unidos se hubiesen mantenido neutrales.La guerra fue un manotazo de ahogado de una Junta Militar a la deriva y manejada por un hombre de escasas luces y avidez por el alcohol, que aprovechó los restos de una sociedad venida a menos por años de despropósito, violencia y represión.Algunos sostienen que, sin esa guerra suicida, los militares podrían haber estado aún más tiempo en el poder. Difícil saberlo. La historia ya ocurrió. Sólo sirve esa amarga experiencia para no repetir aventuras trasnochadas.
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